En este punto, no hay discusión. El aluminio es mucho más resistente que la fibra. En primer lugar, porque su ductilidad hace que se fracture o fisure mucho menos. En el caso de los barcos de aluminio, el casco tiende a deformarse mientras que el resultado de un choque o un roce en la fibra es la rotura o la fisura. No se trata de un tema de menor. Disponer de una embarcación de aluminio, especialmente si está destinada a un uso profesional, significa un gran ahorro. Afrontará menos reparaciones y, lo que es más importante, estará menos días parado.

Una de las premisas de toda construcción naval es su seguridad. Y aquí también el aluminio lleva ventaja frente a la fibra. Como decíamos, es mucho más difícil de fracturar o de fisurar, lo que evita riesgos importantes. Otro punto importante es que la protección ante el fuego es total, porque este material no se quema. Mientras, en el caso de un incendio, un barco de fibra quedará destruido.

A todo lo anterior hay que añadir uno de los factores habituales de desgaste de una embarcación, los roces y golpes durante su transporte. Con la fibra, sufrirá daños. Con el aluminio, no. Además, a diferencia de la fibra, el aluminio no se deteriora con la exposición intensiva al sol y resiste mejor la incrustación de algas y lapas cuando la embarcación lleva mucho tiempo inactiva. Así que si es importante el ahorro en costes de reparación, también lo es su conservación. Elegir un barco de aluminio significa disfrutar de una embarcación en mejores condiciones durante más años. Incluso si decides venderlo, verás que su depreciación es mucho menor que en los barcos de fibra.